Hace una semana que murió Fidel Castro, y hoy quizás más que nunca antes tengo algo muy claro: Cuba es una isla fragmentada. Cuando yo iba a la escuela nos enseñaban que Cuba tenía seis provincias; luego la revolución subdividió algunas, de modo que ahora son oficialmente 15. Pero ni una cosa ni la otra es cierta. En la práctica, Cuba es un país con dos provincias: los que están a favor y los que están en contra. Y el tema de Cuba es tan explosivo y divisivo que si sigo comentando sobre la realidad isleña me voy a quedar sin “amistades” en Facebook, en la iglesia y hasta en mi familia.
POR
UN LADO, los izquierdistas disfrazados de activistas sociales y defensores de
los derechos humanos insisten en cantar SÓLO LAS GLORIAS de la revolución
cubana, desoyendo y malentendiendo las experiencias de dos millones de cubanos
traumatizados en el exilio y las vivencias de once millones de cubanos
silenciados en la isla. No admiten que se roce a Fidel ni tan siquiera con
un pétalo.
POR
OTRO LADO, los derechistas disfrazados de promotores de la democracia y
defensores de la libertad insisten en cantar SÓLO LOS DESASTRES de la
revolución cubana, desoyendo y malentendiendo las experiencias de millones en
América Latina y el mundo que se han beneficiado de las obras sociales de la
revolución cubana. No admiten que se le reste a Fidel ni tan siquiera una
espina.
Yo
trato de hacer balance, de ver lo bueno y lo malo, cambiando la estrechez del
uniforme patrio por la amplitud de la vestimenta humana, invitando a la
reflexión y al diálogo. Y es triste decirlo, pero hallo muy pocas personas
dispuestas a hacer este tipo de ejercicio, incluso dentro de la iglesia, de
modo que con frecuencia tan sólo cosecho, como dice el refrán castizo, “palos
porque bogo y palos porque no bogo”.
Oremos
por el pueblo de fe, porque se levante una iglesia verdaderamente cristiana,
que no sea ni izquierdista ni derechista, sino evangelista en el buen sentido
de la palabra; es decir, apasionada por llevar la buena nueva del amor de Dios a
toda la humanidad.
Y oremos
por el pueblo cubano, porque se apaguen las voces marcianas y se levanten voces
verdaderamente martianas, porque cesen los distanciamientos y surjan nuevos hermanamientos,
porque se haga posible, después de seis décadas de separación y destrucción, el
camino de la reconciliación y la reconstrucción.
Oremos
porque podamos ser, de una vez por todas, una isla, una tierra, un pueblo.
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Qué bien tía Magdalena, nosotros que hemos conocido algunos tipos de cubanos: los del exilio, los viejos amantes a Fidel y los jóvenes que dicen para qué estudiar si sé que tengo que quedarme en la Isla y ganar $20.00?. TODO LO TENEMOS CLARO. Admiramos a todos como personas y hemos aprendido a quererlos como son.
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