Saturday, November 14, 2015

Una oración por París, Beirut y Bagdad


Símbolo del movimiento #PuertasAbiertas que inundó las redes sociales tras los ataques terroristas en París, ofreciendo información sobre albergue para los afectados.

Oración escrita por Laurie Ann Kraus, coordinadora de Asistencia Presbiteriana tras Desastres y publicada en inglés por el Servicio de Noticias Presbiteriano y la revista Presbyterian Outlook, el 13 de noviembre de 2015. Traducción de Magdalena I. García.


Dios de misericordia, cuya presencia nos sostiene en cada circunstancia, en medio de la violencia que se ha desencadenado y la secuela de terror y pérdida, buscamos el poder estabilizador de tu amor y tu compasión.

En estos días de peligros y divisiones atemorizantes, necesitamos de alguna manera creer que tu reino de paz, en el cual todas las naciones y tribus y lenguas habitarán en paz, todavía es una posibilidad.

Danos esperanza y valor para que nuestra humanidad no se rinda ante el temor, incluso en estos días interminables en que moramos en el valle de la sombra de muerte.

Oramos por nuestros vecinos en París, en Beirut, en Bagdad, quienes en medio de la dicha de la vida cotidiana—mientras trabajaban o jugaban—fueron asaltados violentamente y sus vidas fueron cortadas de forma inmisericorde. Somos rehenes del miedo, atrapados en un creciente ciclo de violencia cuyo fin no podemos divisar.

Abrimos nuestros corazones con ira, tristeza y esperanza. Concede que tanto las personas que se salvaron como aquellas cuyas vidas han sido alteradas para siempre puedan hallar solaz, sostén y fuerza en los días de recuperación y reflexión que se avecinan. Damos gracias por las personas desconocidas que consuelan a los heridos y que reciben a los extraños varados, y por el personal de primeros auxilios que corrió hacia el sonido de los disparos y se adentró en el humo y el fuego de los sitios bombardeados.

Una vez más, Santo Dios, clamamos, ¿hasta cuándo, oh Señor? Pedimos perdón por la manera en que hemos tolerado la enemistad y soportado las culturas de violencia con fatigada resignación. Lamentamos la continua erosión del tejido de nuestra vida común, la realidad del miedo que deforma el bien común. Oramos con tristeza, recordando las vidas que se han perdido o que han sido mutiladas, en cuerpo y espíritu.

Pedimos tu valor sustentador para quienes están sufriendo; tu sabiduría y diligencia para las agencias globales y nacionales y para las personas que evalúan las amenazas y dirigen los esfuerzos de socorro; y pedimos que nuestra ira y nuestro dolor se unan en servicio para el establecimiento de un reino de paz, donde el león y el cordero puedan habitar juntos, y donde el terror no tenga incidencia en nuestra vida común.

En estos días de conmoción y aflicción, abre nuestros ojos, nuestros corazones y nuestras manos al movimiento de tu Espíritu, que fluye en nosotros como el río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios y en los corazones de todas las personas que habitan en ella y en ti.

Oramos en el nombre de Cristo, nuestro Sanador y nuestra Luz. Amén.

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