Sunday, July 14, 2019

“Agentes de transformación”

Una confesión de pecados comunitaria
Escrita para el culto de clausura del Encuentro IX de Mujeres Hispanas LatinasPresbiterianas


por Magdalena I. García


Dios de la creación,
tú que hiciste todas las cosas y las declaraste buenas,
tú que nos encargaste el cuidado de la creación,
perdónanos por olvidar
que tu presencia está en todas partes,
que tu imagen y semejanza están en cada ser humano,
y que tu aliento sostiene a todas las criaturas.


Dios del diluvio,
tú que alertaste a Noé sobre la destrucción que se acercaba,
tú que ideaste un plan para poner a salvo todas las especies,
perdónanos por olvidar
que tu enojo es pasajero mientras que tu amor es permanente,
que tu pacto incluye la protección de la tierra y todo lo creado,
y que tu clemencia incluye las aves de los cielos y los lirios del campo.


Dios de la promesa,
tú que llamaste a Abrahán de la comodidad a la andanza,
tú que abriste el vientre de Sara y llenaste su casa de risa,
perdónanos por olvidar
que tu propósito nos conduce de lo particular a lo universal,
que tu fecundidad supera con creces nuestra esterilidad,
y que tu descendencia es como las estrellas del cielo y la arena del mar.


Dios del destierro,
tú que oíste el llanto del pequeño Ismael en el desierto,
tú que saliste al encuentro de Agar y le mostraste un pozo,
perdónanos por olvidar
que tu corazón se quebranta ante el abuso humano,
que tu mirada está sobre la gente maltratada y sedienta,
y que tu mano auxilia a las minorías errantes y extranjeras.


Dios de la historia,
tú que oíste el clamor de tu pueblo esclavizado en Egipto,
tú que partiste las aguas e hiciste camino en el mar,
perdónanos por olvidar
que tu capacidad sobrepasa nuestra expectativa,
que tu fidelidad supera nuestra desobediencia,
y que tu voluntad es que seamos pueblo libre y liberador.


Dios de los profetas,
tú que aborreces el mal, detestas la idolatría y condenas la explotación,
tú que revisas las balanzas y mides la rectitud con plomada de albañil,
perdónanos por olvidar
que tu justicia debe correr como un caudaloso río,
que tu derecho debe manar como un impetuoso arroyo,
y que tu misericordia debe fluir como un copioso manantial.


Dios de la nueva vida,
tú que hablaste con la mujer samaritana y le ofreciste agua viva,
tú que dejaste libre a la mujer sorprendida en adulterio,
perdónanos por olvidar
que tu visión es más amplia que nuestro conocimiento,
que tu compasión es más generosa que nuestra culpabilidad,
y que tu bendición es más potente que nuestra condenación.


Dios de la tumba vacía,
tú que te apareciste a María Magdalena junto al sepulcro,
tú que saliste al encuentro de los caminantes de Emaús,
perdónanos por olvidar
que tu potestad mueve piedras y vence obstáculos,
que tu mensaje no pierde credibilidad al ser confiado a las mujeres,
y que tu dinamismo nos impulsa a compartir el pan y la palabra.


Dios de la comunidad de creyentes,
tú que llamaste a Saulo de Tarso a predicar y recorrer caminos desconocidos,
tú que ensartaste la aguja de Dorcas y vestiste de dignidad a los pobres de Jope,
perdónanos por olvidar
que tu poder nos capacita para soñar, proclamar y actuar,
que tu voz nos llama a interesarnos por el bienestar de la ciudad,
y que tu espíritu nos envía para ser agentes de transformación.


©
2019 Magdalena I. García

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