Tuesday, September 22, 2015

Una carta al Papa Francisco

Tomada del blog Benevitsion: las obras de Joan Chittister 

Publicada el 19 de septiembre de 2015

Traducción de Magdalena I. García

Sister / Hermana Joan Chittister
(internet image / imagen de internet)


Querido Papa Francisco,

Su visita a los Estados Unidos es importante para todos nosotros (y nosotras). Hemos visto como usted ha convertido el papado en un modelo de escucha pastoral. Usted se ha convertido en un poderoso recordatorio del Jesús que caminó entre las multitudes escuchándolas, amándolas—sanándolas.

Su compromiso con la pobreza y la misericordia, con las vidas de los pobres y con el sufrimiento espiritual de muchos—no obstante que tan seguros se sientan respaldados por lo material—nos da una nueva esperanza en la integridad y la santidad de la Iglesia misma. Una iglesia que se enfoca más en el pecado que en el sufrimiento de quienes llevan las cargas del mundo es en verdad una iglesia enclenque. A la luz del Jesús que se juntaba con la gente más lastimada, la más despreciada de la sociedad, juzgando en todo momento sólo a quienes juzgan, la insistencia de usted es la lección máxima para los santurrones y los religiosos profesionales.

Siendo conscientes de esto levantamos aquí dos asuntos:

El primero es la pobreza extrema que usted nos menciona incesantemente. Usted rehúsa permitirnos olvidar la inhumanidad de los barrios en todas partes, los desamparados en los escalones de los bancos en nuestra propia sociedad, las personas que trabajan en exceso, las mal pagadas, las esclavizadas, las migrantes, las vulnerables y las que son invisibles para los poderosos de esta era.

Usted hace que el mundo vea lo que hemos olvidado. Usted nos llama a hacer más, a hacer algo, a proveer los empleos, los alimentos, los hogares, la educación, la voz, la visibilidad que brinda dignidad, decencia y pleno desarrollo.

Pero hay un segundo asunto escondido debajo del primero al que quizás usted mismo necesite también prestarle atención nuevamente y en serio. La verdad es que las mujeres son las más pobres de los pobres. Los hombres tienen trabajos pagados; pocas mujeres en el mundo los tienen. Los hombres tienen claros derechos civiles, legales y religiosos en el matrimonio; pocas mujeres en el mundo los tienen. Los hombres dan por sentada la educación; pocas mujeres en el mundo pueden esperar lo mismo. A los hombres se les conceden puestos de poder y autoridad fuera del hogar; pocas mujeres en el mundo pueden esperar lo mismo. Los hombres tienen derechos de propiedad; a la mayoría de las mujeres del mundo se les niegan estas cosas por ley, por costumbre o por tradición religiosa. Las mujeres regularmente son poseídas, golpeadas, violadas y esclavizadas sencillamente por ser hembras. Y quizás lo peor de todo, son pasadas por alto—rechazadas—como seres humanos plenos, como discípulas genuinas, por sus iglesias, incluyendo la nuestra.

Es imposible, Santo Padre, hablar en serio sobre hacer algo por los pobres y a la vez hacer tan poco o nada por las mujeres.

Yo le imploro que usted haga por las mujeres del mundo y de la iglesia lo que Jesús hizo por María quién lo parió, por las mujeres de Jerusalén que hicieron posible su ministerio, por María de Betania y Marta a quienes les enseñó teología, por la mujer samaritana quien fue la primera en reconocer a Jesús como el Mesías, por María de Magdala quien es llamada la Apóstol de los Apóstoles, y por las diaconisas y líderes de las congregaciones caseras en la iglesia primitiva.

Hasta que esto no suceda, Santo Padre, nada puede verdaderamente cambiar para sus hijos (e hijas) hambrientos y sus inhumanas condiciones de vida.

Estamos contentos (y contentas) de que usted esté aquí para hablar de estas cosas. Confiamos en que usted las cambiará, comenzando con la Iglesia misma.

—Hermana Joan Chittister, OSB

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Nota sobre la autora: Joan D. Chittister (nacida el 26 de abril de 1936) es una monja benedictina estadounidense, periodista y escritora.

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