Reflexión
pastoral del servicio funeral de Olga Durán Plazas.
Por
Magdalena I. García
Rut
1:1-18
Marcos
12:28:34
“Yo
adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos,
van marcando mi retorno...
Son las mismas que alumbraron,
con sus pálidos reflejos,
hondas horas de dolor.
Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor.
La quieta calle donde el eco dijo:
Tuya es su vida, tuyo es su querer,
bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver.
“Volver...con la frente marchita,
las nieves del tiempo platearon mi sien.
Sentir...que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada, que febril la mirada
de las luces que a lo lejos,
van marcando mi retorno...
Son las mismas que alumbraron,
con sus pálidos reflejos,
hondas horas de dolor.
Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor.
La quieta calle donde el eco dijo:
Tuya es su vida, tuyo es su querer,
bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver.
“Volver...con la frente marchita,
las nieves del tiempo platearon mi sien.
Sentir...que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada, que febril la mirada
errante
en la sombras te busca y te nombra.
Vivir...con el alma aferrada
a un dulce recuerdo, que lloro otra vez...”
Vivir...con el alma aferrada
a un dulce recuerdo, que lloro otra vez...”
En
el año 1934, cuando Doña Olga tenía apenas 16 primaveras, Carlos Gardel, el
máximo exponente del tango canción, musicalizó y entonó esta preciosa letra de
Alfredo Le Pera: “Volver...con
la frente marchita, las
nieves del tiempo platearon mi sien”. (https://www.youtube.com/watch?v=kdSnNHErabQ)
Y
quizás en su edad adulta, al encontrarse aquí en Chicago, tan lejos de Colombia,
la tierra que la vio nacer, sin familia de sangre ni descendencia propia, Doña
Olga haya pensado más de una vez en...volver.
Pero
no lo hizo. Y aunque desconozco los detalles de su vida familiar me atrevo a afirmar
que en gran parte nunca volvió a Colombia porque aquí, en el Oeste Medio, en
esta tierra fría, Doña Olga había encontrado no sólo techo y pan, sino calor de
hogar en el corazón de este enorme clan Criollo y de sus muchas otras vertientes,
entre ellas, los Mosquera, los Núñez, los Oliveri, los Rubí, los Téllez...
Descubrimos
de este modo que la vida de Doña Olga conecta perfectamente con la historia de Noemí, Orfa y Rut. Son
mujeres solas, y en el caso de los personajes bíblicos, tres viudas, lo cual en
un sistema patriarcal es sinónimo de pobreza y vulnerabilidad.
Pero
justo cuando todo parece estar perdido, Noemí
decide volver de Moab, la tierra extranjera
en la que se había refugiado su familia a causa del hambre. Noemí decide volver
a Judá, la tierra madre por la que tiene añoranza, pues ha oído que de nuevo
hay alimento en Belén, la ciudad cuyo nombre en hebreo significa precisamente, “casa
de pan”.
De
modo que Noemí se encamina hacia Belén de Judá—decide volver—y descubre que sus
dos nueras moabitas—Orfa y Rut—la van siguiendo. Lejos de pensar egoístamente que
estas dos mujeres jóvenes podrían ser el apoyo de su vejez, Noemí insiste en
que Orfa y Rut vuelvan a su gente y rehagan sus vidas (vv. 8-9): “Vayan,
regrese cada una a la casa de su madre. Que
el Señor tenga misericordia de ustedes como
ustedes la han tenido con los que murieron y conmigo. Que
el Señor les conceda que hallen descanso, cada
una en la casa de su marido.”
Noemí
sabía perfectamente que en un patriarcado el género masculino era el único seguro
social, y que el futuro de la mujer se resumía con dos verbos: casarse y parir,
siempre a temprana edad y no siempre en ese orden.
Un
paréntesis: Es irónico—y alarmante—que hoy en día, en pleno siglo 21, siga
habiendo patriarcados, reales o virtuales, y que nuestras jóvenes sigan
creyendo (o que se les siga inculcando) que su principal meta en la vida se
resume en dos verbos: casarse y parir...a temprana edad y no siempre en ese orden.
Pero, como dije, es un paréntesis, esto es tema para otro día...volvamos al drama
que nos ocupa hoy.
No
obstante los riesgos que enfrentan las mujeres solas en una sociedad patriarcal,
Orfa y Rut insisten en no despegarse de Noemí (v. 10): “Ciertamente volveremos
contigo a tu pueblo”. Pero Noemí no se da por vencida (v. 11-12): “Vuélvanse,
hijas mías. ¿Por qué quieren ir conmigo? ¿Acaso tengo aún hijos en mis entrañas
para que sean sus maridos?
Con
estas palabras el redactor pone e labios de Noemí un resumen de la ley del
Levirato, que se halla expuesta en Deuteronomio 25. Según esta ley, una mujer
viuda que no ha tenido hijos se debe casar obligatoriamente con uno de los hermanos
de su fallecido esposo, o con el pariente más cercano. Sin un pariente que redima
a la viuda, no hay matrimonio, no hay hijos y, por tanto, no hay futuro.
Las
nueras lloran y patalean, hasta que al fin Orfa besó a su suegra, (o sea, se despidió,
volvió a la casa de su madre y su padre), pero Rut se quedó con Noemí. Noemí
intenta nuevamente lograr que Rut entre en razón y le dice: “Mira, no seas
tonta...no seas terca.” A la cubana le diría: “Chica, no seas boba”. A la colombiana:
“Ponte las pilas, mija”. Le recalca: “Tu cuñada Orfa ha regresado a su pueblo y
a sus dioses; vuelve tras ella...haz tú lo mismo...” (v. 15)
Pero
de nada sirven los ruegos de Noemí y acto seguido oímos en labios de Rut—la moabita,
la extranjera—unas hermosas palabras de promesa que con frecuencia se citan en
las bodas como parte de los votos matrimoniales:
“No
insistas en que te deje o que deje de seguirte;
porque
adonde tú vayas, yo iré, y donde tú mores, moraré.
Tu
pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.
Donde tú mueras, allí moriré, y allí seré
sepultada.
Así
haga el Señor conmigo, y aún peor,
si
algo, excepto la muerte, nos separa.” (v. 16-17)
La
lectura de las Escrituras Hebreas, por medio del libro de Rut, usando esta
preciosa pieza literaria, nos ofrece un drama en cuatro actos que personifica
en la vida de tres mujeres solas, viudas y vulnerables —y especialmente en la
de Rut la moabita—la fidelidad infaltable y el amor inagotable de un Dios que NO
nos abandona, un Dios que NO nos da la espalda, un Dios que, por el contrario, constantemente
se vuelve hacia todas sus criaturas.
Y
si estudiamos el capítulo uno con atención nos damos cuenta de que está saturado
precisamente de un verbo: volver. Y usando ese verbo—volver—repetidas veces en
la narrativa se elabora una especie de juego de palabras para enfatizar un
concepto medular en las escrituras hebreas y cristianas. Ese verbo—volver—es el
corazón del reclamo de los profetas bíblicos, cuyo mensaje consiste casi
exclusivamente NO en augurar el futuro, sino en denunciar la idolatría y la falsedad,
y en llamar al pueblo al arrepentimiento y al compromiso. En términos bíblicos,
ser profeta es ir por la vida vociferando, cantando como Carlos Gardel, un
mensaje que se resume con un verbo y con una acción concreta: volver...
Hoy
hemos venido hasta esta capilla para recordar la vida de otra mujer extranjera,
desposeída y desprotegida, que no se volvió a su tierra, sino que se quedó en
el seno de una parentela ajena porque allí (o más bien aquí, entre ustedes) encontró
familia de verdad, que no es la que engendran la sangre y los genes, sino la
que se teje con lazos de cariño y comprensión.
Yo
sé que todos ustedes tienen muchos gratos recuerdos de su convivencia con Doña
Olga, y en unos minutos vamos a dar oportunidad para que compartan testimonios.
Y también sé que es legítimo decir que ustedes, los
Criollo-Mosquera-Núñez-Oliveri-Rubí-Téllez-y agregados, cobijaron a Doña Olga en
sus casas y en sus corazones. Pero a la luz del testimonio bíblico, me atrevo a
decirles algo más: Doña Olga, a su vez, les hizo un gran regalo, porque ella
los convocó a todos ustedes, a expresar el amor de Dios, al no darle la espalda
a la desamparada, y al no volverse contra la desposeída.
Y
el legado que nos dejan la historia de Doña Olga y la historia de Noemí, Orfa y
Rut es el reto de seguir cumpliendo con el mandamiento de amar al prójimo como
a ti mismo...como a ti misma, sin doblez y sin estrecheces, sin mezquindad y sin
medida. Al igual que Moab, nuestra ciudad y este país están llenos de viudas y extranjeros, de gente desprovista y marginada,
que no pueden volver a su país de origen. Pero en cambio nosotros, sí podemos elegir
volvernos hacia ellos y ellas al practicar la caridad y hospitalidad, y
haciendo eso es que en verdad nos volvemos hacia Dios.
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