Monday, December 1, 2014

“Volver”



Reflexión pastoral del servicio funeral de Olga Durán Plazas.

Por Magdalena I. García

Rut 1:1-18
Marcos 12:28:34

“Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos,
van marcando mi retorno...
Son las mismas que alumbraron,
con sus pálidos reflejos,
hondas horas de dolor.
Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor.
La quieta calle donde el eco dijo:
Tuya es su vida, tuyo es su querer,
bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver.

“Volver...con la frente marchita,
las nieves del tiempo platearon mi sien.
Sentir...que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada, que febril la mirada
errante en la sombras te busca y te nombra.
Vivir...con el alma aferrada
a un dulce recuerdo, que lloro otra vez...”

En el año 1934, cuando Doña Olga tenía apenas 16 primaveras, Carlos Gardel, el máximo exponente del tango canción, musicalizó y entonó esta preciosa letra de Alfredo Le Pera: “Volver...con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien”. (https://www.youtube.com/watch?v=kdSnNHErabQ)

Y quizás en su edad adulta, al encontrarse aquí en Chicago, tan lejos de Colombia, la tierra que la vio nacer, sin familia de sangre ni descendencia propia, Doña Olga haya pensado más de una vez en...volver.

Pero no lo hizo. Y aunque desconozco los detalles de su vida familiar me atrevo a afirmar que en gran parte nunca volvió a Colombia porque aquí, en el Oeste Medio, en esta tierra fría, Doña Olga había encontrado no sólo techo y pan, sino calor de hogar en el corazón de este enorme clan Criollo y de sus muchas otras vertientes, entre ellas, los Mosquera, los Núñez, los Oliveri, los Rubí, los Téllez...

Descubrimos de este modo que la vida de Doña Olga conecta perfectamente con la historia de Noemí, Orfa y Rut. Son mujeres solas, y en el caso de los personajes bíblicos, tres viudas, lo cual en un sistema patriarcal es sinónimo de pobreza y vulnerabilidad.

Pero justo cuando todo parece estar perdido, Noemí decide volver de Moab, la tierra extranjera en la que se había refugiado su familia a causa del hambre. Noemí decide volver a Judá, la tierra madre por la que tiene añoranza, pues ha oído que de nuevo hay alimento en Belén, la ciudad cuyo nombre en hebreo significa precisamente, “casa de pan”.

De modo que Noemí se encamina hacia Belén de Judá—decide volver—y descubre que sus dos nueras moabitas—Orfa y Rut—la van siguiendo. Lejos de pensar egoístamente que estas dos mujeres jóvenes podrían ser el apoyo de su vejez, Noemí insiste en que Orfa y Rut vuelvan a su gente y rehagan sus vidas (vv. 8-9): “Vayan, regrese cada una a la casa de su madre. Que el Señor tenga misericordia de ustedes como ustedes la han tenido con los que murieron y conmigo. Que el Señor les conceda que hallen descanso, cada una en la casa de su marido.”

Noemí sabía perfectamente que en un patriarcado el género masculino era el único seguro social, y que el futuro de la mujer se resumía con dos verbos: casarse y parir, siempre a temprana edad y no siempre en ese orden.

Un paréntesis: Es irónico—y alarmante—que hoy en día, en pleno siglo 21, siga habiendo patriarcados, reales o virtuales, y que nuestras jóvenes sigan creyendo (o que se les siga inculcando) que su principal meta en la vida se resume en dos verbos: casarse y parir...a temprana edad y no siempre en ese orden. Pero, como dije, es un paréntesis, esto es tema para otro día...volvamos al drama que nos ocupa hoy.
           
No obstante los riesgos que enfrentan las mujeres solas en una sociedad patriarcal, Orfa y Rut insisten en no despegarse de Noemí (v. 10): “Ciertamente volveremos contigo a tu pueblo”. Pero Noemí no se da por vencida (v. 11-12): “Vuélvanse, hijas mías. ¿Por qué quieren ir conmigo? ¿Acaso tengo aún hijos en mis entrañas para que sean sus maridos?

Con estas palabras el redactor pone e labios de Noemí un resumen de la ley del Levirato, que se halla expuesta en Deuteronomio 25. Según esta ley, una mujer viuda que no ha tenido hijos se debe casar obligatoriamente con uno de los hermanos de su fallecido esposo, o con el pariente más cercano. Sin un pariente que redima a la viuda, no hay matrimonio, no hay hijos y, por tanto, no hay futuro.

Las nueras lloran y patalean, hasta que al fin Orfa besó a su suegra, (o sea, se despidió, volvió a la casa de su madre y su padre), pero Rut se quedó con Noemí. Noemí intenta nuevamente lograr que Rut entre en razón y le dice: “Mira, no seas tonta...no seas terca.” A la cubana le diría: “Chica, no seas boba”. A la colombiana: “Ponte las pilas, mija”. Le recalca: “Tu cuñada Orfa ha regresado a su pueblo y a sus dioses; vuelve tras ella...haz tú lo mismo...” (v. 15)

Pero de nada sirven los ruegos de Noemí y acto seguido oímos en labios de Rut—la moabita, la extranjera—unas hermosas palabras de promesa que con frecuencia se citan en las bodas como parte de los votos matrimoniales:
“No insistas en que te deje o que deje de seguirte;
porque adonde tú vayas, yo iré, y donde tú mores, moraré.
Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.
 Donde tú mueras, allí moriré, y allí seré sepultada.
Así haga el Señor conmigo, y aún peor,
si algo, excepto la muerte, nos separa.” (v. 16-17)

La lectura de las Escrituras Hebreas, por medio del libro de Rut, usando esta preciosa pieza literaria, nos ofrece un drama en cuatro actos que personifica en la vida de tres mujeres solas, viudas y vulnerables —y especialmente en la de Rut la moabita—la fidelidad infaltable y el amor inagotable de un Dios que NO nos abandona, un Dios que NO nos da la espalda, un Dios que, por el contrario, constantemente se vuelve hacia todas sus criaturas.

Y si estudiamos el capítulo uno con atención nos damos cuenta de que está saturado precisamente de un verbo: volver. Y usando ese verbo—volver—repetidas veces en la narrativa se elabora una especie de juego de palabras para enfatizar un concepto medular en las escrituras hebreas y cristianas. Ese verbo—volver—es el corazón del reclamo de los profetas bíblicos, cuyo mensaje consiste casi exclusivamente NO en augurar el futuro, sino en denunciar la idolatría y la falsedad, y en llamar al pueblo al arrepentimiento y al compromiso. En términos bíblicos, ser profeta es ir por la vida vociferando, cantando como Carlos Gardel, un mensaje que se resume con un verbo y con una acción concreta: volver...

Hoy hemos venido hasta esta capilla para recordar la vida de otra mujer extranjera, desposeída y desprotegida, que no se volvió a su tierra, sino que se quedó en el seno de una parentela ajena porque allí (o más bien aquí, entre ustedes) encontró familia de verdad, que no es la que engendran la sangre y los genes, sino la que se teje con lazos de cariño y comprensión.

Yo sé que todos ustedes tienen muchos gratos recuerdos de su convivencia con Doña Olga, y en unos minutos vamos a dar oportunidad para que compartan testimonios. Y también sé que es legítimo decir que ustedes, los Criollo-Mosquera-Núñez-Oliveri-Rubí-Téllez-y agregados, cobijaron a Doña Olga en sus casas y en sus corazones. Pero a la luz del testimonio bíblico, me atrevo a decirles algo más: Doña Olga, a su vez, les hizo un gran regalo, porque ella los convocó a todos ustedes, a expresar el amor de Dios, al no darle la espalda a la desamparada, y al no volverse contra la desposeída.

Y el legado que nos dejan la historia de Doña Olga y la historia de Noemí, Orfa y Rut es el reto de seguir cumpliendo con el mandamiento de amar al prójimo como a ti mismo...como a ti misma, sin doblez y sin estrecheces, sin mezquindad y sin medida. Al igual que Moab, nuestra ciudad y este país están llenos de viudas y extranjeros, de gente desprovista y marginada, que no pueden volver a su país de origen. Pero en cambio nosotros, sí podemos elegir volvernos hacia ellos y ellas al practicar la caridad y hospitalidad, y haciendo eso es que en verdad nos volvemos hacia Dios.

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