Una reflexión basada en Marcos 10:46-52
por Magdalena I. García
Grita el ciego Bartimeo
al oír que se acerca Jesús,
la multitud se incomoda,
pero él quiere ver la luz.
Grita un hombre empobrecido,
acostumbrado a mendigar,
hoy es su día de suerte
y nadie lo hará callar.
Grita fuerte, a todo pulmón,
con fe, denuedo y euforia,
porque él también es un hijo
del Dios de misericordia.
Jesús lo oye y se detiene,
en su agenda siempre hay lugar
para la gente que anhela
de la miseria escapar.
Conmovido por los gritos
a Bartimeo mandó llamar;
la multitud le obedece,
nadie se atreve a objetar.
Traen al hombre a toda prisa,
lo ayudan, le dan aliento,
y de ese modo han logrado
aliviar su sufrimiento.
Bartimeo se levanta,
el manto deja tirado,
ha dado el primer paso,
comienza el discipulado.
Entonces Jesús demuestra
una gran sensibilidad
al dirigirse al pobre hombre
con respeto y humildad.
“¿Qué quieres que haga por ti?”,
pregunta el rabino Jesús.
Y Bartimeo le responde:
“Que abras mis ojos a la luz”.
Al instante quedó sano,
ya jamás será mendigo;
libre de estigmas sociales,
se ha convertido en testigo.
Con la ceguera del pueblo
no sabemos qué sucedió,
Jesús indirectamente
su indolencia reprendió.
Hay males muy arraigados
difíciles de extirpar,
que carcomen la conciencia
y el buen juicio suelen nublar.
¡Ven, Jesús, obra en mi vida,
yo también anhelo sanar!
Líbrame de la apatía,
capacítame para amar.
© Magdalena I. García
No comments:
Post a Comment