Una toalla en la lavandería de mi casa
Ayer era supuestamente mi último día de una semana de vacaciones, pero estuve atendiendo a una familia que sufrió una pérdida y planeando un servicio memorial (desde Nueva Jersey, en tránsito a Chicago, al llegar a casa...). En dicho servicio va a tocar guitarra y cantar el Anciano Gobernante Arturo del Cid, un querido hermano guatemalteco y antiguo miembro de la Iglesia Presbiteriana Ravenswood (donde sirvo como pastora), que jamás ha cobrado por sus servicios.
Y durante mis vacaciones también estuve atendiendo un pedido desde Cuba para el envío de una silla de ruedas eléctrica--en apoyo a un programa de atención a niños y jóvenes con cáncer que coordina a título personal la Dra. Marlen Rodríguez, de Remedios, provincia de Villa Clara. La silla va a ser donada por un anciano que ya no la necesita y está en Nueva York, pero hay que hacerla llegar a la Florida y luego a Cuba. Para este trámite recluté la ayuda de colegas ministeriales en Nueva Jersey: el Anciano Gobernante William Reyes, Capellán del Pueblo, y su esposa, la Rvda. Carmen Rosario, que ya han invertido horas de su tiempo en explorar la posibilidad de ofrecer ayuda.
Como decía la revista Selecciones, “son gajes del oficio”. Es una semana típica para alguien como yo--mujer, latina, pastora única y a tiempo parcial (como si eso fuera posible) de una congregación urbana pequeña. Pero decidí contar esto porque todavía está dando que hablar el testimonio de un pastor blanco, suburbano, de clase media, de una congregación con un envidiable presupuesto y una nutrida plantilla de personal pagado, que tiró la toalla tras diez años de ministerio, alegando que estaba exhausto debido al desgaste producto de las excesivas expectativas del ministerio. (Pueden leer el artículo aquí: https://www.restorativefaith.org/post/departure-why-i-left-the-church). Y todavía están lloviendo las reacciones y los comentarios de quienes lo defienden--e incluso lo alaban--o lo acusan.
Yo, en su momento, compartí el artículo con mi propia observación, la cual sostengo: Este ministro “dice muchas cosas que, lamentablemente, son ciertas y necesitan cambio a nivel personal e institucional. Pero también pensé: A este tipo de testimonio le prestan tanta atención ahora porque lo dice un hombre blanco. Las mujeres y las minorías--que llevamos una carga mucho mayor en nuestros respectivos ministerios, generalmente en contextos de pobreza urbana--hemos estado diciendo eso y mucho más por generaciones (¡y con razón, porque las inequidades son muchas!), pero nadie nos nace caso. Es más, los mismos hombres y mujeres de raza blanca al mando (en los presbiterios y otros cuerpos eclesiásticos) nos hacen caso omiso o nos ofrecen migajas. Y también pensé que la verdadera trampa para las iglesias y sus líderes es creer que la meta del ministerio es el ‘éxito’ (sobre todo numérico), en vez de la fidelidad y el servicio al prójimo; el ser voz de la gente silenciada, el trabajar por los cambios sistémicos que produzcan mayor equidad... En fin, hay muchos temas para reflexionar aquí”.
Es innegable--y desafortunado--que cuando un hombre blanco habla se para el reloj, por esa mentalidad colonial que tenemos internalizada. Es como que siguieran desembarcando a diario en las costas de nuestra vida--incluso la eclesial--Cristóbal Colón o Hernán Cortés (tal y como señaló acertadamente Michelle Muñiz, una presbiteriana puertorriqueña muy despierta). Y, en verdad, cuando habla un hombre de cualquier raza en un grupo mixto--incluso con mayoría de mujeres presente--se para el reloj, porque así funciona el sistema patriarcal, aunque dicho hombre solo repita, amplifique o machifique lo que ya dijo antes--con más base, convicción y credibilidad--una mujer.
Pero vayamos al grano de lo que quiero añadir hoy: el ministerio es llamado, compromiso, sacrificio y también... privilegio. Tenemos el privilegio de estar presentes en momentos increíblemente felices y dolorosos de la vida del rebaño que Dios nos ha encomendado, y de enriquecernos con esas vivencias. Tenemos el privilegio de poder manejar nuestro tiempo--tal y como lo hizo Jesús--a pesar de las muchas demandas, y de apartarnos a orar y cuidarnos en medio del trajín del diario vivir. Tenemos el privilegio--en la mayoría de los casos--de cuatro semanas de vacaciones y dos de educación continuada, algo que es impensable para la clase trabajadora y para muchos profesionales. ¡Qué Dios nos dé sabiduría para administrar nuestro tiempo, fijando linderos saludables que promuevan el bienestar individual, familiar y comunitario, junto con una generosa medida de humildad para reconocer de cuántos privilegios gozamos!
© Magdalena I. García