Art made by residents at Symphony of Bronzeville rehabilitation and nursing center in Chicago. / Arte hecho por residentes del centro de rehabilitación y cuidado de salud en Chicago.
por Magdalena I. García
Cuando llegó el día de Pentecostés,
todos estaban juntos y en el mismo lugar.
Perdónanos, Dios del huerto del Edén,
tú que nos creaste para vivir en comunidad,
por alejarnos de quienes amenazan
nuestra comodidad,
por segregarnos en múltiples formas
en la iglesia y la sociedad.
De repente,
un estruendo como de un fuerte viento vino del cielo,
y sopló y llenó toda la casa donde se encontraban.
Perdónanos, Dios del fuerte viento oriental,
tú que dividiste las aguas
e hiciste que el mar se quedara seco,
por olvidar que tu Espíritu se mueve libremente
según tu voluntad,
por privatizar tus bendiciones
y mercadear tu piedad.
Entonces aparecieron unas lenguas como de fuego,
que se repartieron
y fueron a posarse sobre cada uno de ellos.
Perdónanos, Dios de la columna de fuego,
tú que alumbraste el camino
y guiaste a tu pueblo en el desierto,
por endiosar a líderes y caudillos
que son instrumentos de la maldad,
por subestimar tu presencia
y menospreciar tu huella en la humanidad.
Todos ellos fueron llenos del Espíritu Santo,
y comenzaron a hablar en otras lenguas,
según el Espíritu los llevaba a expresarse.
Perdónanos, Dios de la torre de Babel,
tú que abominaste la idolatría
y derribaste la soberbia,
por resistirnos a asumir tu identidad
y celebrar tu diversidad,
por negarnos a proclamar tu libertad
y extender tu hospitalidad.
Ven, Espíritu de Pentecostés,
irrumpe en nuestras vidas,
barre con la mentira y la falsedad,
arrasa con la violencia y la enemistad,
trueca nuestra arrogancia por humildad,
reordena nuestras prioridades y actividad,
enciende el fuego de nuestra caridad,
enardece el leño de nuestra bondad,
aviva la llama de nuestra generosidad
e impulsa la lumbre de nuestra solidaridad.
Ven, Espíritu de Pentecostés,
para que renunciemos de una vez por todas
al privilegio y la complicidad,
y salgamos en tu nombre
listos, dispuestas y diligentes
para acompañar la soledad,
compartir la responsabilidad
y transformar la sociedad.
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por Magdalena I. García
Cuando llegó el día de Pentecostés,
todos estaban juntos y en el mismo lugar.
Perdónanos, Dios del huerto del Edén,
tú que nos creaste para vivir en comunidad,
por alejarnos de quienes amenazan
nuestra comodidad,
por segregarnos en múltiples formas
en la iglesia y la sociedad.
De repente,
un estruendo como de un fuerte viento vino del cielo,
y sopló y llenó toda la casa donde se encontraban.
Perdónanos, Dios del fuerte viento oriental,
tú que dividiste las aguas
e hiciste que el mar se quedara seco,
por olvidar que tu Espíritu se mueve libremente
según tu voluntad,
por privatizar tus bendiciones
y mercadear tu piedad.
Entonces aparecieron unas lenguas como de fuego,
que se repartieron
y fueron a posarse sobre cada uno de ellos.
Perdónanos, Dios de la columna de fuego,
tú que alumbraste el camino
y guiaste a tu pueblo en el desierto,
por endiosar a líderes y caudillos
que son instrumentos de la maldad,
por subestimar tu presencia
y menospreciar tu huella en la humanidad.
Todos ellos fueron llenos del Espíritu Santo,
y comenzaron a hablar en otras lenguas,
según el Espíritu los llevaba a expresarse.
Perdónanos, Dios de la torre de Babel,
tú que abominaste la idolatría
y derribaste la soberbia,
por resistirnos a asumir tu identidad
y celebrar tu diversidad,
por negarnos a proclamar tu libertad
y extender tu hospitalidad.
Ven, Espíritu de Pentecostés,
irrumpe en nuestras vidas,
barre con la mentira y la falsedad,
arrasa con la violencia y la enemistad,
trueca nuestra arrogancia por humildad,
reordena nuestras prioridades y actividad,
enciende el fuego de nuestra caridad,
enardece el leño de nuestra bondad,
aviva la llama de nuestra generosidad
e impulsa la lumbre de nuestra solidaridad.
Ven, Espíritu de Pentecostés,
para que renunciemos de una vez por todas
al privilegio y la complicidad,
y salgamos en tu nombre
listos, dispuestas y diligentes
para acompañar la soledad,
compartir la responsabilidad
y transformar la sociedad.
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“Come, Spirit of Pentecost”
A confession based on Acts 2:1-4
by Magdalena I. García
When the day of Pentecost had come
they were all together in one place.
Forgive us, God of the garden of Eden,
you who created us to live in community,
for distancing ourselves
from those who threaten our comfort,
for segregating ourselves
in multiple forms in church and society.
And suddenly from heaven there came
a sound like the rush of a violent wind,
and it filled the entire house where they were sitting.
Forgive us, God of the strong east wind,
you who parted the waters
and turned the sea into dry land,
for forgetting that your Spirit
moves freely according to your will,
for privatizing your blessings
and marketing your piety.
Divided tongues, as of fire, appeared among them,
and a tongue rested on each of them.
Forgive us, God of the pillar of fire,
you who lit the way
and guided your people in the desert,
for deifying leaders and warlords
who are instruments of evil,
for underestimating your presence
and despising your image in humanity.
All of them were filled with the Holy Spirit
and began to speak in other languages,
as the Spirit gave them ability.
Forgive us, God of the Tower of Babel,
you who loathed idolatry and tore down pride,
for resisting to adopt your identity
and celebrate your diversity,
for refusing to proclaim your freedom
and extend your hospitality.
Come, Spirit of Pentecost,
burst into our lives,
sweep away all lies and falsehood,
blow away all violence and enmity,
swap our arrogance with humility,
reorder our priorities and activities,
ignite the fire of our charity,
inflame the log of our goodness,
fuel the flame of our generosity,
and boost the light of our solidarity.
Come, Spirit of Pentecost,
so that we might renounce once and for all
privilege and complicity,
and go out in your name
ready, willing, diligently
to accompany loneliness,
to share responsibility,
and to transform society.
© Magdalena I. García
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