Escrita para el culto de clausura del Encuentro IX de Mujeres Hispanas LatinasPresbiterianas
por Magdalena I. García
Dios de la creación,
tú que hiciste todas las cosas y las declaraste buenas,
tú que nos encargaste el cuidado de la creación,
perdónanos por olvidar
que tu presencia está en todas partes,
que tu imagen y semejanza están en cada ser humano,
y que tu aliento sostiene a todas las criaturas.
Dios del diluvio,
tú que alertaste a Noé sobre la destrucción que se acercaba,
tú que ideaste un plan para poner a salvo todas las especies,
perdónanos por olvidar
que tu enojo es pasajero mientras que tu amor es permanente,
que tu pacto incluye la protección de la tierra y todo lo creado,
y que tu clemencia incluye las aves de los cielos y los lirios del campo.
Dios de la promesa,
tú que llamaste a Abrahán de la comodidad a la andanza,
tú que abriste el vientre de Sara y llenaste su casa de risa,
perdónanos por olvidar
que tu propósito nos conduce de lo particular a lo universal,
que tu fecundidad supera con creces nuestra esterilidad,
y que tu descendencia es como las estrellas del cielo y la arena del mar.
Dios del destierro,
tú que oíste el llanto del pequeño Ismael en el desierto,
tú que saliste al encuentro de Agar y le mostraste un pozo,
perdónanos por olvidar
que tu corazón se quebranta ante el abuso humano,
que tu mirada está sobre la gente maltratada y sedienta,
y que tu mano auxilia a las minorías errantes y extranjeras.
Dios de la historia,
tú que oíste el clamor de tu pueblo esclavizado en Egipto,
tú que partiste las aguas e hiciste camino en el mar,
perdónanos por olvidar
que tu capacidad sobrepasa nuestra expectativa,
que tu fidelidad supera nuestra desobediencia,
y que tu voluntad es que seamos pueblo libre y liberador.
Dios de los profetas,
tú que aborreces el mal, detestas la idolatría y condenas la explotación,
tú que revisas las balanzas y mides la rectitud con plomada de albañil,
perdónanos por olvidar
que tu justicia debe correr como un caudaloso río,
que tu derecho debe manar como un impetuoso arroyo,
y que tu misericordia debe fluir como un copioso manantial.
Dios de la nueva vida,
tú que hablaste con la mujer samaritana y le ofreciste agua viva,
tú que dejaste libre a la mujer sorprendida en adulterio,
perdónanos por olvidar
que tu visión es más amplia que nuestro conocimiento,
que tu compasión es más generosa que nuestra culpabilidad,
y que tu bendición es más potente que nuestra condenación.
Dios de la tumba vacía,
tú que te apareciste a María Magdalena junto al sepulcro,
tú que saliste al encuentro de los caminantes de Emaús,
perdónanos por olvidar
que tu potestad mueve piedras y vence obstáculos,
que tu mensaje no pierde credibilidad al ser confiado a las mujeres,
y que tu dinamismo nos impulsa a compartir el pan y la palabra.
Dios de la comunidad de creyentes,
tú que llamaste a Saulo de Tarso a predicar y recorrer caminos desconocidos,
tú que ensartaste la aguja de Dorcas y vestiste de dignidad a los pobres de Jope,
perdónanos por olvidar
que tu poder nos capacita para soñar, proclamar y actuar,
que tu voz nos llama a interesarnos por el bienestar de la ciudad,
y que tu espíritu nos envía para ser agentes de transformación.
© 2019 Magdalena I. García
por Magdalena I. García
Dios de la creación,
tú que hiciste todas las cosas y las declaraste buenas,
tú que nos encargaste el cuidado de la creación,
perdónanos por olvidar
que tu presencia está en todas partes,
que tu imagen y semejanza están en cada ser humano,
y que tu aliento sostiene a todas las criaturas.
Dios del diluvio,
tú que alertaste a Noé sobre la destrucción que se acercaba,
tú que ideaste un plan para poner a salvo todas las especies,
perdónanos por olvidar
que tu enojo es pasajero mientras que tu amor es permanente,
que tu pacto incluye la protección de la tierra y todo lo creado,
y que tu clemencia incluye las aves de los cielos y los lirios del campo.
Dios de la promesa,
tú que llamaste a Abrahán de la comodidad a la andanza,
tú que abriste el vientre de Sara y llenaste su casa de risa,
perdónanos por olvidar
que tu propósito nos conduce de lo particular a lo universal,
que tu fecundidad supera con creces nuestra esterilidad,
y que tu descendencia es como las estrellas del cielo y la arena del mar.
Dios del destierro,
tú que oíste el llanto del pequeño Ismael en el desierto,
tú que saliste al encuentro de Agar y le mostraste un pozo,
perdónanos por olvidar
que tu corazón se quebranta ante el abuso humano,
que tu mirada está sobre la gente maltratada y sedienta,
y que tu mano auxilia a las minorías errantes y extranjeras.
Dios de la historia,
tú que oíste el clamor de tu pueblo esclavizado en Egipto,
tú que partiste las aguas e hiciste camino en el mar,
perdónanos por olvidar
que tu capacidad sobrepasa nuestra expectativa,
que tu fidelidad supera nuestra desobediencia,
y que tu voluntad es que seamos pueblo libre y liberador.
Dios de los profetas,
tú que aborreces el mal, detestas la idolatría y condenas la explotación,
tú que revisas las balanzas y mides la rectitud con plomada de albañil,
perdónanos por olvidar
que tu justicia debe correr como un caudaloso río,
que tu derecho debe manar como un impetuoso arroyo,
y que tu misericordia debe fluir como un copioso manantial.
Dios de la nueva vida,
tú que hablaste con la mujer samaritana y le ofreciste agua viva,
tú que dejaste libre a la mujer sorprendida en adulterio,
perdónanos por olvidar
que tu visión es más amplia que nuestro conocimiento,
que tu compasión es más generosa que nuestra culpabilidad,
y que tu bendición es más potente que nuestra condenación.
Dios de la tumba vacía,
tú que te apareciste a María Magdalena junto al sepulcro,
tú que saliste al encuentro de los caminantes de Emaús,
perdónanos por olvidar
que tu potestad mueve piedras y vence obstáculos,
que tu mensaje no pierde credibilidad al ser confiado a las mujeres,
y que tu dinamismo nos impulsa a compartir el pan y la palabra.
Dios de la comunidad de creyentes,
tú que llamaste a Saulo de Tarso a predicar y recorrer caminos desconocidos,
tú que ensartaste la aguja de Dorcas y vestiste de dignidad a los pobres de Jope,
perdónanos por olvidar
que tu poder nos capacita para soñar, proclamar y actuar,
que tu voz nos llama a interesarnos por el bienestar de la ciudad,
y que tu espíritu nos envía para ser agentes de transformación.
© 2019 Magdalena I. García