First published on 10/27/15 by Presbyterians Today magazine blog: OneChurch, Many Voices
Tree branches and a token of love cling to a cemetery fence next to a grave. / Las ramas de un árbol y una expresión de amor se aferran a la cerca de un cementerio junto a una tumba
by Magdalena I. García
Some cultures train their young
to be self-sufficient and independent:
they worry if their offspring fail to take off
—crowding up the place for mom and dad
—crowding up the place for mom and dad
draining the budget, clearing the fridge—
and tend to regard anyone who needs an extra hand
as deficient, a failure, a burden.
Other cultures train their young
to be cooperative and interdependent:
they worry if their offspring take off too soon
—leaving behind their siblings and kinfolk
abandoning the nest, severing the roots—
and consider anyone who extends a helping hand
as warmhearted, compassionate, caring.
So just for the record it’s nice to know
that our faith’s family tree includes a clinger
who was not diagnosed with an emotional disorder,
but joined Jesus’ kin by hanging on to her mother-in-law
and became a symbol of God’s persistent love.
And just for once it’s nice to remember
that our faith calls us to be a clinging people
who don’t let anyone fall through the cracks,
and that this is how we become the people of the way
and the embodiment of God’s steadfast love each day.
Forgive us, Cradling God,
for failing to comfort all your children
and to surround them with your tender love.
Remind us, Clutching God,
that loving our neighbor involves an enduring bond
and the willingness to share your unfaltering love.
Help us, Clinging God,
to be eager to alleviate the suffering of the world
and to embrace all humanity with your abiding love.
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“Gente aferrada”
Un recurso para la liturgia dominical basado en Rut 1:6-14 y Marcos 12:28-31
Publicado originalmente el 10/27/15 por el blog de la revista Presbyterians Today: One Church,Many Voices
por Magdalena I. García
Algunas culturas
entrenan a sus críos
para ser autosuficientes e independientes:
se preocupan si su descendencia tarda en despegar
—apiñando la casa de mamá y papá,
drenando el presupuesto, vaciando la nevera—
y consideran a cualquiera que necesite ayuda adicional
como deficiente, un fracaso, una carga.
Otras culturas entrenan a sus crías
para ser cooperativas e interdependientes:
se preocupan si su descendencia se apresura en despegar
—dejando atrás a sus hermanos y su parentela,
abandonando el nido, cortando las raíces—
y consideran a cualquiera que extienda apoyo adicional
como una persona cálida, compasiva, cariñosa.
Y sólo para que conste es bueno saber
que el árbol de nuestra familia de fe incluye una aferrada
que no fue diagnosticada con un desorden emocional,
sino que por agarrarse de su suegra con Jesús se emparentó
y en símbolo del amor persistente de Dios se convirtió.
Y al menos por una vez es bueno recordar
que nuestra fe nos llama a ser gente aferrada,
que no permita que nadie se quede a la deriv,
y que es así como nos convertimos en pueblo del camino
y en la personificación del Dios de amor constante y genuino.
Perdónanos, Dios Acunador,
por fallar en consolar a todos tus hijos e hijas
y por no rodearles con tu tierno amor.
Recuérdanos, Dios Asidor,
que amar a nuestro prójimo implica un vínculo duradero
y la voluntad de compartir tu inquebrantable amor.
Ayúdanos, Dios Aferrador,
a estar deseosos de aliviar el sufrimiento terrenal
y a abrazar a la humanidad con tu perdurable amor.
© Magdalena I. García