Reflexionando sobre el proceso emocional de ver a mi hijo crecer y alzar vuelo
Los piecesitos de mi hijo a las dos años de edad
Hay imágenes imborrables
que se llevan en el alma
porque no hay lente capaz
de captarlas o preservarlas;
como la del niño de dos años
que corría cuadra abajo
con los brazos extendidos
como pajarito en vuelo
para alcanzarme y abrazarme
cuando yo volvía del trabajo.
O la imagen del día
que te dejé en la universidad
y tú me diste un abrazo
antes de darme la espalda
y te fuiste calle abajo
con tu camiseta anaranjada
y tu mochila al hombro
andando con la energía
de quien se apresta a dejar el nido
y alzar vuelo en solitario.
Y ayer te vi llegar caminando
sobre la antigua acera
de la cuadra de los abuelos
al caer de otra tarde
pasados veinte y cinco años
y al ver tu rostro aún infantil
pero en cuerpo de hombre
me inundó la nostalgia
al darme cuenta que creciste
aunque mis brazos anhelen
seguirte acunando.
Y esta mañana te vi salir
de la casa de los abuelos
caminando junto a una mujer
que es ahora tu compañera
y tu refugio emocional
y entendí que tus pisadas
buscan un camino propio
porque eres hijo de la vida[1]
pero nada ni nadie podrá borrar
la huella que en mí has dejado
y en lo profundo de mi corazón
te bendigo y te seguiré cargando.
© Magdalena I. García
[1] Referencia al poema “Tus hijos no son tus hijos” del escritor libanés Yibrán Jalil Yibrán